Al principio, para jugar al baloncesto, solíamos construir una canasta con un aro de bicicleta al que previamente le habíamos quitado todos los radios.
Lo atornillabamos a una madera y ésta, la colgábamos en cualquier rama de árbol que estuviera a una altura adecuada.
¡Asi de rústicos éramos por aquel entonces!
Después, cuando empezaron a escasear los suministros de aros por los alrededores, nos las vimos y deseamos para encontrar algo donde meterla.
Se que suena mal, pero por esas fechas, ¡ni siquiera teníamos la mente sucia para darle el significado sexual!
Comenzamos a poner dinero entre todos para comprar un Aro en el Corte Inglés pero pronto vimos que no era rentable.
Gracias a algún lumbrera pro-deporte, empezaron a aparecer canastas repartidas por parques, colegios e institutos.
Esa fue nuestra época gloriosa en el Turina Garden y en Parque Center.
¡Que partidazos echamos alli!, como me ponía a parir mi madre cuando terminábamos jugando en el Parque (junto al kiosko de Juana) y llegaba a casa con los calcetines lleno de Albero y pareciéndome a Bart Simpson (ahora sería a Homer).
Un día alguien comentó que en nuestro antiguo colegio (recién antiguo colegio), en el patio de las niñas, habían puesto unas canastas nuevecitas.
Alli fuimos la legión de deportistas, en plena forma pero medio gilipollas (por entrar indebidamente en los colegios).
Ni cortos ni perezosos, nos saltábamos todos los días la tapia del colegio y allí echábamos unos partidos de lo más entretenidos.
Tengo que admitir que nunca he sido, ni seré, muy bueno, ni siquiera mediocre subiéndome a una tapia.
Siempre he pensado que me era más fácil tirarla que subirla.
Los compañeros que tenia al lado, entre ellos Antonio Enano, er Castillo y el Rapo, dejaban el listón muy alto a la hora de escalar.
Nunca he sabido como lo lograban, de un salto y apoyando un pie a lo Spiderman, en un tris, aparecían sentados en lo alto de la tapia por mucho que ésta se elevara.
Yo, más o menos, conseguía subirme, pero necesitaba bastante más tiempo y esfuerzo.
Un día, unos "notas" bastante intensos, se pusieron a dar la lata mientras jugábamos nuestro partidito. Subidos a la tapia intermedia
que separaba el recreo de las niñas del de los niños pequeños, daban la vara chillando y haciendo bastante ruido.
Un perrillo desde el patio de los niños pequeños les recriminaba con ladridos sus tonterías. Esto hacía que se lo pasaran mejor todavía y empezaron a tirarle cosas al pobre animal.
El portero del colegio acudió a ver lo que pasaba y abrió la puerta del patio donde nos encontrábamos jugando. Como venía acompañado de otro animalillo, éste salió, cual torito bravo, hacia nosotros.
Recuerdo que alguien dijo
-- Ostia, el Manolo, el portero...
De momento, en un instante, todo se paró. A lo lejos apareció lo que a mi me pareció el maldito perro de Cujo, con las patas levantadas y corriendo a más no poder.
Las piernas se me pusieron bastante flojas, pero pude apretar el culo lo suficiente para no cagarme encima.
El perro habría dado dos saltos a lo lejos para cuando me fijé que el balón botaba sólo donde había estado er Castillo. Ni rastro de él.
Miré para atrás y lo localizé sentado junto Al Enano y el Lastra en lo alto de una tapia descomunal (así me pareció) riéndose nerviosamente con un estilo Angry Birds.
¿Como habían llegado ahí arriba?
Mire otra vez al perro y había avanzado un metro o dos más de los ciento y pico que nos separaban. El tiempo debía haberse relentizado para él y acelerado para los tres de la tapia.
Por fuerza tenían que haber pasaso a mi lado y ni siquiera los había visto.
De estar delante de mí, a estar sentados allí arriba. ¿Magia?
En una fracción de segundo decidí que no era momento para intentar encaramarme al lado de los tres maestros del alpinismo. Era más práctico correr hacia la tapia "bajita" donde estaban los "mamones" que lo habían liado todo.
De repente oi una voz lenta y muy grave que decia
-- IIILLLOOOOO queee eeeellll Maannuueee ttiieeneee uunnaa eessccooppettaaaaaaa.
Yo lo entendí y simplifique rápidamente aun:
-- Manué, Escopeta en mano...
Salí corriendo hacia mi salvación y se me quedo grabada en la mente la imagen del Grullo y mi hermano haciéndose los muertos a la vertical, es decir, de pie.
No tengo claro si estaban paralizados por el miedo o estaban poniendo en práctica alguna táctica militar vista en películas.
Lo cierto es que el pedazo de mastín, un perro muy, muy grande y con pinta de estar enfadado, pasoó cerca de ellos, los olisqueó dos segundos y llegó a la conclusión de que yo era mejor presa.
Llegué al muro mucho antes de lo esperado y de un brinco estilo saltadores de altura, me encaramé de un tirón en lo alto de la pared.
Como allí había "la tira" de gente, casi los tiro como si fueran bolos. Arrasé con todos los allí presentes y, como es lógico, todos fueron cayendo encima de mí.
Por unos instantes la situación fue caótica. En una superficie de dos metros por veintipico centimetros haciamos equilibrios, de forma muy precaria, unos cuantos jóvenes.
Tras el panzazo contra la tapia y tal y como aterrizé después de mi primer vuelo sin motor, ocupaba casi todo el sitio disponible tumbado a todo lo largo.
Por lo menos tres de los chavales se vieron afectados por mi barrido aéreo. Cayerón de culo sobre mí haciendo verdaderos equilibrios para no caer después de mi brutal asalto.
Todos teniamos la intención de llegar al muro exterior transversal al ya conquistado para arrojarnos hacia la calle.
El perro llego tarde, me sentí contento y orgulloso de mi velocidad y agilidad (fijate tú...). Pero el hijoputa del mastín era muy grande.
Puso los pies en la pared y de un pequeño salto, sentí como me llenaba de babas el muslo y como sonaban sus dientes al intentar morder.
Me entró bastante miedo, pero más tuve cuando alguien dijo que el portero iba a disparar la "recorta".
Todo se volvió muy confuso...
Todos, incluyendo a los dos interpretes de zombies (mi hermano y el Ramón Grullo), nos tiramos casi a la vez desde las tapias hacia fuera del colegio. Fuimos aterrizando unos encimas de otros como paracaidistas en el desembarco de Normandia. Pero no había dolor, nos estaban disparando... O eso creíamos, porque no había ni pistolas ni escopetas, solo el Manuel y el Mastín.
Después de correr los 400 metros lisos y pararnos a coger aire, me di cuenta que tenia toda la pierna con babas blancas y ... ¿rojas?.
Me miré el muslo y vi unas marcas, como surcos ensangrentados, y un boquete del cual salia algo de sangre.
Me apreté un poco y salió bastante mas sangre y trocitos de carne y pellejo.
No se si eran los nervios y el darme cuenta de que no me dolía, que le dije a mi hermano con una sonrisa en la boca
-- Emilio, me ha mordido. Mira lo que sale de aquí -- mientras me apretujaba el agujero que me había dejada uno de los colmillos.
Mi hermano se pudo verde, como es típico en el cuando hay problemas.
-- Verás cuando lo vea Papa...
Y eso me hizo darme cuenta que tendría que explicarle a mi padre como había ocurrido todo y que no le había hecho caso con el tema de saltarse las tapias de los colegios.
Al final, de urgencias al ambulatorio donde me pusieron vacunas de la rabia y no se que más.
Al día siguiente mi madre fue a hablar con el portero para saber si el perro tenia sus papeles de vacunas (no vaya a ser que yo me convirtiera en algo raro).
El perro, por lo que dijo el portero se había muerto esa misma noche... ¿Acaso soy venenoso?
y yo, desde entonces, los días de luna llena saco mi cámara y no puedo resistirme a hacerle fotos a la Luna y a gruñir un poco...
5 comentarios:
Totalmente de acuerdo, escribe un libro ya!!!!
Ocurrió exactamente como esta contado el Laure salvo lo del perro que no murió esa noche, sino dos después.
Lo dice uno de los zoombies.
illo de la historia del perro me acuerdo....yo no estaba,,pero la rivalidad NBA vs FIBA...hacia correr las noticias como la polvora...
La rivalidad Fiba Vs NBA ha marcado historia en el barrio.
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