El verano en Sevilla es algo especial. Hace que todo el mundo salga de sus
casas a tomar algo de aire mientras las viviendas, auténticos hornos de
ladrillo, van rebajando la temperatura a valores más o menos recomendados por la O.M.S.
Ahora, con los aires acondicionados, es otra cosa, pero hace 20 o 25 años
no eran muy habituales.
Serian las diez y media de la noche o las once lo más. Ya limpio y aseado,
oliendo a jabón y suavizante, afeitado y mas peinado que David Hasselhoff con
la ilusión de avistar alguna fémina cañón y no quedarte mas cortado que la
toalla de Freddy Krugger.
Allí estaba yo, sentado en mis amados "poyetes", después de un
buen partido de baloncesto (FIBA vs NBA), pensando en unas croquetillas, del
Horno que había frente a los pitufos, acompañadas de unas aceitunillas sin
hueso y un buen zumo para aliviar el cansancio.
No se porque, pero siempre era el primero en llegar. Creo que los demás
esperaban a verme para terminar de vestirse o ducharse. Por no hablar del Enano, que a ese siempre teníamos que ir a buscarlo.
Pero eso no era problema, siempre había alguien por allí con quien charlar
un rato.
En esta ocasión, el afortunado (o no...) fue Carlos, o mas bien, Carlitos
Bocha, como solíamos decirle.
Por esa época, todos teníamos motes, Rapo, Lastra, Pan, Enano, Diodo,
Windows, Grullo, Chiqui, Momo, Huevo y
muchos, muchos más.
Estábamos allí sentados, esperando y charlando de cualquier tontería cuando
de repente oí una especie de silbido y un ruido sordo.
-- Clock.
A continuación, el Carlitos Bocha se movió bruscamente y llevándose las
manos a la cara se puso a hacer un baile de lo más cañero.
En un momento me recordó
a MC Hammer con el "tintas tic" pero después me pareció que cambiaba
de ritmo y tiraba más por el heavy metal. De su garganta salían Berríos que harían
palidecer a Bruce Dickinson en cualquier concierto de los Maiden.
No se si era mi cansancio, o el empanamiento de la edad, pero tarde en
comprender que Carlos, estaba chillando porque algo le había dado en la cabeza.
Un objeto volante no identificado (por ahora) se le había estrellado en la "perola"
Cuando dejo de moverse, ya más con un estilo fusión entre Chiquito de la Calzada y un indio mapuche,
vi entre sus manos, que en la frente
tenia un buen reguero de sangre.
Empezó a maldecir mostrándome un trozo de
azulejo (ya identificado) de unos centímetros y a mirar para arriba.
Tenía la cara descompuesta, los ojos desorbitados y la vena del cuello como
Rocky Balboa.
Pensé que me estaba acusando a mí del leñazo, pero no,
no era así.
Empezó a mirar para casa del Rapo y a chillarle, acusándolo de ser el causante de su dolor, de estar siempre igual y de todo lo imaginable.
La gente empezó a
arremolinarse a nuestro alrededor.
Todos lo mirábamos, de él a la piedra ensangrentada, y a continuación, mirábamos hacia arriba, hacia la ventana vacía de la casa del Rapo. Todos perfectamente sincronizados al son de sus movimientos.
Yo no entendía nada, por un lado pensaba
-- Joder, casi me da a mi...
Por otro lado
-- A este le tienen que dar unos puntitos de sutura (y un valium...)
Y por ultimo
-- Que coño tenía que ver el Rapo en este asunto.
Pero lo que no pude procesar (todavía hoy no lo entiendo bien), es que
cuando se abrió la puerta del portal, salio cual toro bravo en miniatura, el
Gabi, el hermano pequeño del Carlitos.
Hecho un basilisco, se me encaró, gesticulando y chillando
-- SANGRE DE MI SANGRE, SANGRE DE MI SANGRE.
RAPOOOOO, RAPOOOOOO, SANGREEEEEE.
Unos años de karate contuvieron mi primera reacción de darle una patada a
modo de ataque preventivo (anticipación).
Joe, que me puso nervioso el nota... Menos mal que el Gabi no pasaba del
metro cincuenta. Si llega a medir un metro ochenta me traumatiza para toda la
vida.
Vaya careto que llevaba.
Pero yo, ¿Que había hecho? ¿Porque me quería arrear?
No se bien lo que paso a continuación. El pobre Carlos iría a curarse y su hermano Gabi
lo acompañaría. No lo pongo en pie...
Recuerdo ver al Lastra "muerto de risa" en su balcón (la cosa no
era para menos)
Recuerdo como unos niños y niñas se reían maliciosamente desde lejos y de
que pensé que habían sido ellos los
culpables.
Pero lo más de lo más, fue mirar a casa del Rapo y verlo asomado sonriendo, comiendo
aceitunas y haciendo gestos como si fuera el Papa. Bendiciendo a todos los allí arremolinados.
Que locura...
Espero que ninguno de los
aquí nombrados se molesten pero así fue como ocurrió.
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